Carta de César Mallorquí a los lectores del Colegio Villalkor

Queridos amigos del Colegio Villalkor:

Cuando yo era pequeño solía viajar con mis padres por España. Mi padre era muy aficionado al arte y en particular al arte medieval, de modo que durante esos viajes solíamos visitar un montón de iglesias. Reconozco que por entonces aquello me parecía un coña... perdón, una lata. Sin embargo, un verano, cuando tenía catorce años, visitamos Santiago de Compostela y su catedral, y de repente me quedé sobrecogido ante el Pórtico de la Gloria. En aquel momento me pareció una de las obras de arte más bellas que había visto en mi vida (me lo sigue pareciendo). A decir verdad, toda la catedral me impresionó, de modo que por primera vez en mi vida recorrí una iglesia poniendo gran atención en los detalles.

Y descubrí muchas cosas sorprendentes; entre ellas, que había extrañas inscripciones en los muros, como por ejemplo llaves, cuchillos o martillos. Mi padre me explicó que esas inscripciones representaban a los gremios medievales que habían participado en la construcción del templo (cerrajeros, herreros, carpinteros...). Pero había otras marcas, signos raros grabados en muchas piedras, que eran, según me aclaró mi padre, las marcas personales de cada uno de los canteros que habían construido la catedral. Entonces, de repente, aquella iglesia adquirió para mí una nueva perspectiva; ya no era sólo un monumento de piedra muerta, sino la obra viva de personas que habían dejado su firma en cada muro y en cada columna. Pero, ¿cómo era posible que la gente de hacía casi mil años hubiera erigido algo tan enorme y bello?

A partir de ese momento, la afición a la arquitectura medieval me infectó. Con el tiempo, leí mucho sobre el gremio de constructores y descubrí cosas muy interesantes. Descubrí, por ejemplo, que eran el gremio más poderoso de la Edad Media, y que mantenían en secreto las técnicas de construcción, y que se reunían en círculos de iniciados donde juraban no revelar sus acuerdos, y que se dividían en tres grados (maestro, compañero y aprendiz) y que con el tiempo se transformaron en la sociedad secreta más famosa del mundo: la masonería. ¿No os parece todo eso de lo más misterioso?

Y no es todo. En una catedral medieval, cada elemento tiene un significado, desde sus proporciones (basadas en la Regla Aurea y el Templo de Salomón) hasta el número de columnas, las imágenes o las pinturas. La mayor parte de los símbolos que encontraremos son cristianos, pero también los hay paganos y otros cuyo significado, sencillamente, desconocemos. A veces, religión y magia se mezclan. La verdad es que las catedrales medievales están llenas de misterios. Y a mí los misterios me encantan.

Por eso, al poco de convertirme en escritor profesional decidí escribir una novela ambientada en el medioevo y protagonizada por un masón, un joven constructor de templos. Telmo Yáñez. Pero no quería que la novela sólo tratase sobre la construcción de una catedral, sino que también fuese un pequeño retrato de la época y, sobre todo, una historia de aventuras y misterio con un toque de magia y fantasía.

Pues bien, eso es lo que encontraréis en La catedral: constructores y guerreros, misteriosas desapariciones y asesinatos, sectas secretas, aventuras y enigmas, todo ello en el oscuro y violento mundo de la Edad Media. Espero que os divirtáis.

César Mallorquí